Atributo: Dios eterno.
Planeta: Mercurio.
Coro Angélico: Arcángeles.
Sefiráh: Hod.
Horario de regencia: de 18 a 18:20 horas.
Días
de regencia: 28 de febrero, 12 de mayo, 23 de julio, 6 de octubre, 17 de
diciembre
¿Para qué se le invoca?
·
Tener fecundidad.
·
Proteger nuestra moral y religión.
·
Tener ayuda en cualquier entendimiento que uno esté.
Los nacidos bajo su regencia
Los nacidos bajo esta regencia se distinguen por sus buenas
acciones, por su piedad y su celo en el amor a Dios y a todos los hombres.
Sabrá el camino que deberá seguir, entenderá los misterios divinos y no medirá
esfuerzos para implantar en los hombres las verdades divinas. Será propagador
activo de conceptos religiosos y conservación de la moral. Siempre disponible,
se sentirá bien trabajando para el bienestar de la comunidad. Su vida
tendrá solo encanto cuando encuentre compañeros que seguirán su viaje por toda
la vida. Siente necesidad de que su vida tenga continuidad a través de sus
hijos. Comprenderá los acontecimientos principalmente los inesperados,
resolviéndolos siempre con ideas creativas. No tendrá apego a las cosas
materiales que las considera apenas como la consecuencia lógica de la
persistencia en el trabajo. Le gustará cuidar su cuerpo especialmente con
respecto a los músculos. Su ángel se manifiesta espontáneamente cuando defiende
a alguien que fue agredido injustamente o por curaciones a través de la
imposición de manos. Tendrá un alma mística y enigmática que siempre lo verán como
un ser elevado aunque sea incomprendido.
Cita bíblica
Pero tú, Señor, reinas
eternamente;
tu nombre perdura por
todas las generaciones.
Salmo 102:12
Mebahiah: “la llegada
de un alma noble y elevada”
Doce años, doce largos y penosos años habían transcurridos ya
desde que el Maestro constructor, el fornido Mebahiah contrajera matrimonio con
la bella Yesiah, y sin embargo la Gracia Divina no había visitado aun su morada
permitiendo que el vientre materno de su amada esposa fuese fecundado.
Una profunda decepción se habla apoderado del Maestro. No
comprendía como otras familias tenían hijos y más hijos, mientras que ellos por
mucho que trabajaban y servían no eran recompensados con esa dicha.
Mebahiah hubiese dado todas sus riquezas si a cambio conseguía
que un alma eligiera venir a su casa. Ya no era un joven, y aunque con su
fuerza física era capaz de transportar el universo sobre sus espaldas, no podía
decir lo mismo de su fuerza espiritual.
Aquellos doce años de espera habían acabado con su fe, con su
esperanza. Ya no creía en nada, y aquello le había convertido en un ser
distante, insociable y brusco.
Cierto día, llego al pueblo un enviado de palacio con un edicto
proclamado por el rey:
-El Soberano recompensara con el logro de cualquier deseo a
aquel que le consiguiese construir un Templo.
Linda, la esposa de Mebahiah se puso muy contenta al conocer la
noticia, y con ese entusiasmo fue al encuentro de su esposo, pues tenía la
ilusión de que se presentara.
Pero pronto aquella esperanza se desvanecería. Su esposo no
quería oír hablar ya nunca más de trabajos de construcción. Había dedicado toda
su vida a ello y ¿para qué? ¿Que había conseguido?
El tiempo transcurrió y Mebahiah seguía alimentando aquel odio,
pero a pesar de ello, no pudo evitar recibir aquella visita.
-Veo que estás afligido por un profundo dolor -dijo aquella
suave voz a sus espaldas -.
Mebahiah se volvió un poco molesto, pero tuvo que reprimir sus
acaloradas palabras, pues ante él estaba el rey.
-Majestad, vos en mi humilde casa -saludo respetuosamente el
Maestro constructor -.
-No os asustéis, mi visita es desesperada. Mi cuerpo envejece
con el paso de los años y he aquí que mi espíritu esta sediento de luz y no
encuentra un lugar sagrado donde saciar su ansia. En palacio se han reunido los
mejores constructores de todos los reinos, pero ninguno de ellos consigue
elevar las columnas del Templo. Tan solo buscan prestigio, honores, riquezas, y
lo que hoy construyen mañana aparece destruido. ¿Comprendéis ahora mi dolor?
Pero decidme, ¿cuál es el vuestro?, pues en vuestro rostro puedo leer los
rasgos de la amargura -pregunto el rey -.
Mebahiah explicó los motivos de su aflicción al Soberano y este
lamento no poder satisfacer su necesidad. Viendo que nada podría ofrecer,
decidió no pedir nada.
Pero el Maestro comprendió que debía romper su silencio y servir
a su rey. Y así se lo hizo saber.
Al cabo de nueve lunas, las columnas del Templo se elevaron y ya
nunca más se desvanecieron. El rey ya tenía un Santuario donde dar gozo a su
espíritu, pero aquel no sería el único logro, pues Mebahiah y Linda vieron como
su familia aumentaba, y ello gracias al nacimiento de un alma noble y elevada
que desde el cielo decidió visitar la morada del Maestro Constructor.
Fin.