Nombre:
Pahaliah, “Dios Redentor”.
Coro:
Tronos, Ángeles al servicio de Binah-Ley.
Lo
que otorga:
·
Descubrimiento de las leyes
divinas que rigen el mundo.
·
Guardar castidad.
·
Despertar de una vocación
religiosa.
·
Argumentos para convencer a
los incrédulos.
·
Protección contra las
tendencias al libertinaje y al error.
Lección: Control
de las emociones y deseos.
Planeta:
Urano.
Sefiráh:
Jojmá.
Horario
de regencia: de 6:20 a 6:40 horas.
Días
de regencia: 24 de enero, 7 de abril, 18 de junio, 31 de agosto, 11 de
noviembre
¿Para qué se le invoca?
·
Otorgarnos revelaciones de
la verdad y sabiduría.
·
Ayudarnos a encontrar la
vocación correcta.
Cita bíblica
Entonces
clamé al Señor:
«
¡Te ruego, Señor, que me salves la vida!»
Salmo
116:4
Los nacidos bajo su regencia
Desarrolla desde joven una
fuerte personalidad. Es un auténtico justiciero luchando por los grandes
ideales. Es un gran optimista, maestro en el arte de discernir y le gusta vivir
en paz con todos. Traza para esta vida experiencias que ya tuvo en otra,
principalmente las ligadas a la familia y a los hijos. No sabe vivir sólo,
necesita para ser feliz un compañero fiel. Aparenta generalmente menos edad de
la que tiene y tiene apariencia también de tener mucho dinero, a pesar de que
muchas veces no tiene casi nada. Su Ángel lo influencia de un modo enérgico,
cuando se acomoda a alguna situación. El trabajo en comunión con los ángeles lo
ayudará materialmente. Estudiará la Cábala iniciática y comprenderá que el
mundo invisible puede hacer armónico al mundo visible. Será un intelectual
estudioso de varios temas en todas las áreas.
Pahaliah: “pagando errores”
Todos
en la escuela le temían, y si tenía amigos era porque nadie se atrevía a
contrariarle. Lo que él decía debía hacerse y si alguien no estaba de acuerdo
que se preparase para vérselas con él.
Ya comprenderéis que
Pahaliah “el temido”, como muchos le llamaban, no tenía en verdad ni un amigo, pues
estos se veían obligados a serlo sino querían ser víctimas de su rabia.
Cuando deseaba algo lo
cogía, sin importarle lo más mínimo quien fuese su dueño. Y si alguno se le
ocurría traicionarlo, ese recibiría un duro castigo.
Pahaliah parecía no tenerle
temor a nada ni a nadie, su indiferencia por el peligro era asombrosa y
disfrutaba haciendo sufrir a los demás.
La vida no le había tratado
muy bien. La agresividad con la que se había alimentado durante su infancia, se
le estaba transmitiendo ahora, pues le hacía sentirse importante.
Pero tanto va el cántaro a
la fuente hasta que se rompe, y un buen día todos empezaron a echarle de menos.
Durante toda la semana no había ido a la escuela y nadie lo había visto
rondando el barrio.
Pahaliah se encontraba
enfermo, gravemente enfermo. Un misterioso mal se apodero de él, y a pesar de
que los médicos estudiaron su caso, no consiguieron diagnosticar su enfermedad
y cada vez le consumía más.
El temido Pahaliah yacía
ahora débil y frágil, apenas si podía mantener abierto los ojos. A pesar de que
no se lo merecía, sus compañeros no faltaron ni un solo día ayudando a sus
padres a cuidarle.
Cada día que pasaba las
esperanzas se reducían, ya casi no comía y la respiración se hacía cada vez más
difícil.
Pahaliah se encontraba en el
umbral de la muerte física, y sería en esta puerta del más allá, donde recibió
una visita inesperada.
-Pahaliah, Pahaliah,
despierta -exclamó una voz profunda llamando su atención -.
Pahaliah vio a su derecha a
un ser luminoso que le resulto familiar, abrió aún las los ojos y se llevó una
gran sorpresa. Era él mismo pero envuelto en luz.
– ¿Quién eres? ¿Cómo es
posible que seas igual que yo? -preguntó el sorprendido joven -.
– Soy tu yo profundo que he
permanecido prisionero durante mucho tiempo en tu interior sin que oyeras jamás
mi voz, ahora que estás a punto de abandonar el mundo físico, he venido a
revelarte tus errores. Tuviste la oportunidad de ser un muchacho ejemplar, y
decidiste por el contrario ser una calamidad, tu enfermedad la has causado con
tu mal obrar.
Por primera vez en su vida,
Pahaliah sintió temor, comprendió que había atentado contra los demás y el pago
de sus errores era el sufrir aquella maligna enfermedad. Era el mal que había
sembrado.
– Dádme otra oportunidad,
dejadme que rectifique mis errores, dejadme que pueda cambiar -rogó con fe el
joven Pahaliah.
Pero ya no se encontraba en
el umbral del más allá, se encontraba de nuevo en su casa, y el mal que le
afligía había desaparecido.
Fin.